Aparecía y desaparecía como una calada de un cigarrillo, a veces sobre los labios y a veces desdibujando el aire. Pero ella quizás no era tan lista como la otra y se escondía demasiado bien, o quizás demasiado mal, pero siempre se encontraba por aquí o por cualquier parte. Sigue en sus trece y en sus catorce, sigue tan terca como una mula. Sigue siendo la niña frágil de caparazón de cristal. Quizás la conoces ya, todo el mundo la conoce, o no, ya no. Ya no sé otra vez, como tantas otras. Me lío en mis caladas de humo sin fín y con principio, con principio y sin final, garabateo nombres con las yemas de los dedos, que es lo que más me gusta. Y así otro día más y otro y otro y otro.
Prosigo en mi ardua nocturnidad. Nos vemos pronto.
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