domingo, 24 de octubre de 2010

El tramado del suelo me resultaba increíble. No sé por qué tenía la maldita costumbre de cuestionarme que quizás a ti también te gustaría. (No sé por qué demonios me lo pregunto todavía.  No sé por qué tengo esta moribunda manía de preguntármelo todo si tú estás de por medio.) Era tan asombrosamente singular que me resultaba casi imposible no entretenerme con aquella trama colorida recreando líneas de lápiz que yo iba trazando con mi mirada. Mira, un sol. Mira, una estrella. Mira, un gato con los bigotes tiesos...
Y en una de estas que me encontraba recorriendo esas líneas, inventando caminos laberínticos donde las figuras se entrecruzaban, giraban, se revolvían, me dibujaban, volvían hasta donde yo me encontraba y se dirigían todo recto,... en una de esas en las que ya me estaba empezando incluso a marear, de repente, y sin saber cómo, mi carretera imaginaria concluyó en el otro extremo de la habitación. Frené en seco. Un par de zapatos negros con calcetín marrón entorpecían mi estampa, ¿quién se atrevía a detener mi laboriosa idea?. Comencé a escalar por sus pantalones como una araña, proseguí por su jersey marrón y me detuve en el cuello de su camisa. No podía verle el rostro, él se encontraba mirando por la ventana que tenía a sus espaldas, forzando su cuello como si estuviera esperando divisar a alguien al otro lado, en la calle. Yo me incliné hacia adelante, había algo que me causaba una completa intriga, no sé si en realidad era por el chico, por lo que había al otro lado del cristal o simplemente era esa peculiar forma con la que los dedos de su mano percutían sobre sus rodillas. No sé. Me sentía completamente curiosa y ansiosa por saber quién era ese chico... Y de repente giró la cara... zas! Su mirada azul de agua se abalanzó sobre mí como si me atravesara el alma. Me quedé pasmada. Me incorporé rápidamente sobre mi asiento y bajé la mirada. Me sentí acorralada, diminuta, inocente. Nunca jamás había sido capaz de imaginar algo así. No me atrevía a levantar la cabeza. Me sentía presa de mi propio sueño. Mi corazón comenzó a palpitar incesantemente, cada vez el ritmo era más rápido, más fuerte. Incluso notaba cómo mi temperatura corporal iba también en aumento. ¿Todo eso con una mirada?, ¿quién era él?, ¿por qué me hacía sentirme así?, ¿por qué era capaz de sentir semejante arrebato de miedo y de timidez por alguien a quién no conocía?,¿por qué estaba allí también?. Ay! Con mi cabeza gacha miré de reojo hacia el frente de nuevo. Allí estaba él, inmóvil, observándome fijamente. Yo no sabía si reír o llorar, pero lo cierto es que se notaba mucho mi estado de nerviosismo infantil. Pensé que quizás fuese correcto empezar a entablar una conversación. Pero una conversación de qué, ¿del tiempo?, de ¿Hola, qué tal?, de ¡qué bonitos zapatos!, de qué, de qué... Luego ya caí en la cuenta de que quizás el no tuviera ganas de hablar, sólo de observar. Así que alcé la cabeza y sonreí un poco, un poquito. No sabía hacer más. Creí que esa era suficiente señal como para que él se percatara de que moría por saber algo de él, de cómo era el tono de su voz, de cómo serían sus gestos, su manera de caminar, sus besos incluso.  Pero tonta de mí por pensar que con eso era ya todo suficiente. Una sonrisa sin contexto no significaba nada y menos aún allí dónde nos encontrábamos. Allí, en la habitación del desamor y de los sueños rotos. Los dos estábamos igual. Los dos carecíamos de formas e ideas con las cuales sorprendernos mutuamente, el amor no correspondido causa estragos en la creatividad. 
Después de un rato incliné la cabeza y proseguí en mi mundo de laberintos y dibujos geométricos. La alarma ya había saltado. Y ahora era su turno. Ahora le tocaba a él intentar tejer una conversación o un sentimiento hasta el próximo cruce de miradas. 
Ahora me tocaba a mí inventar aquello en lo que se encontraba pensando. 
Y yo quería escapar de aquellas cuatro paredes.
Quería salir corriendo de aquel edificio sombrío y con suelo tramado que se denominaba “Soledad”, en el piso del “Desamor”. 
Odiaba esa puerta gris.
Y cómo lo vería él...
































(Cómo sería tu historia)


(espero que me la cuentes algún día)

1 comentario:

  1. ... mi mirada es azul de agua la tuya como los otoños que describes..

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