domingo, 21 de noviembre de 2010

Es/tre/me/ce

Entre el vaivén de las luces intermitentes que fulguraban y recorrían animosas la habitación creí encontrarte. Fueron dos exiguos segundos que parecieron una eternidad a mis ojos. Dos descargas eléctricas que recorrieron mi cuerpo desde la comisura de mis labios hasta la punta de mis zapatos negros de charol. Reaccioné extrañada. Me quedé perpleja, atónita, pasmada. Giré la cabeza para observar que sí, que allí me encontraba yo, rodeada de gente que imitaba originales bailes mientras las vibraciones del altavoz que tenía a mi lado incrementaban la velocidad de mi riego sanguíneo. Realicé el típico gesto que te ayuda ubicarte dentro del entorno de forma fehaciente y comprobar así que no estás soñando. Volví a buscarte con la mirada donde te encontré. Ya no estabas. Y era normal que no te encontraras allí, tú no estabas en esa habitación. Tú estabas dentro de mi cabeza, sólo dentro de mi pequeña maraña de conexiones de la cual consta mi sistema nervioso. Mi ficción se había convertido en realidad por unos instantes desbarajustando la poca cordura que me quedaba. Yo era real, tú sólo una alucinación. Maldita fastuosa alucinación.
Y justo después comencé a pensar, comencé a relatar mi cuento silencioso. De repente, toda la gente que abarrotaba la sala desaparecía y una luz me iluminaba completamente apoyada sobre la pared del otro extremo del local. En el otro lado y a la misma altura te encontrabas tú fumando un cigarrillo humeante que desfiguraba en ocasiones tu silueta. Allí estabas, mirándome de frente con una media sonrisa pícara que revelaba tus sensuales propósitos. Y yo muerta de miedo, con unas ganas descomunales de salir corriendo hasta ti para declararte mis diminutas intenciones, pero mis piernas no reaccionaban, estaban paralizadas. Y tú, tras tirar el cigarrillo al suelo y apagarlo con la suela de tus zapatos comenzaste a andar en línea recta, con paso firme y elegante. Yo agarraba con fuerza mi vestido como si de esa forma estuviera protegiéndome de los estímulos que provenían desde fuera, como si de esa forma me resguardara de la terrible tormenta interna que estaba sacudiendo mis entrañas conforme observaba que nuestra distancia iba disminuyendo. Al final te encontraste frente a mí. Te encontrabas tan cerca que incluso podía contar el número de botones desabrochados de tu camisa. Eran dos.
Tu mano caliente se aproximó a la mía y la tomó con suavidad. Yo estaba temblando, temblaba más incluso que el vaso apoyado en la mesa de la cocina cuando el metro parecía recorrer los sótanos de mi casa. Pensé en salir corriendo, pero tu mirada cristalina me había apresado de tal forma que me era imposible tratar de encontrar la salida. Y sentía pánico, ese terror que se siente cuando una no sabe si realmente merece estar en ese lugar, cuando no sabe si realmente puede colmar de extraordinaria felicidad a aquel que tiene acariciando su mano... todo esto entremezclado con las titánicas ganas de fundirme en su cuerpo como si yo fuera una onza de chocolate dentro de una taza caliente. Me debatía entre tu cuerpo y tu cuerpo. Entre tu cuerpo y el mío. Entre mi corazón y el tuyo. Entre mi corazón y tu cuerpo. Entre tu corazón y mi cuerpo...
¿Sería capaz de mostrarme alguna forma de felicidad desconocida por mí hasta la fecha? ¿Sería capaz de enseñarme aquellas cosas que, inexplicablemente, envuelven las palabras y detienen el tiempo para siempre? ¿Sería capaz de colmar de sinuosa ternura los pocos principios que me quedaban? Desde luego que me encontraba confundida, perdida, desolada, irradiando la poca esperanza que me quedaba para intentar revolver las entrañas de alguien que verdaderamente fuese entendido en las materias más inverosímiles, como son los sentimientos.  Podría estar una eternidad contemplándote, estudiando tu esencia dentro mi laboratorio mental, analizando tus jugos, tus dichas, la materia de la que constan tu sueños. Podría. Pero la situación no me ayudaba a pensar de forma racional, sólo me animaba a cometer de nuevo una locura, una de tantas otras.
Pero no te concebía como una locura perdida en el tiempo y en la distancia, te concebía como la mayor locura escrita en mi diario hasta la fecha que abarcara cientos y cientos de páginas... Y he de ahí mi temor, mi miedo. Y he de ahí que así, de repente, desapareciste de nuevo convertido en una nube de humo y un montón de luces intermitentes. Es por esa la razón por la cual miré de nuevo el reloj y tras pegar un último trago a la cerveza, recogí mi abrigo y me despedí de mis amigos hasta el día siguiente. Incapaz de seguir representando el papel de alguien que verdaderamente no sufre y no siente por nada.
Incapaz de seguir bailando al ritmo de la música sin saber que tus brazos no van a rodear mi cuerpo en ningún momento, sorprendiéndome por la espalda.
Pero feliz a la vez, por haber creído encontrarte entre cientos de almas...Aunque simplemente fuera fruto de mi imaginación. Lo sentí tan real que me estremeció.

5 comentarios:

  1. "Maldita fastuosa imaginación..."
    Maldita seas!! ;)
    Me encantó.

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  2. Esta chica es lo más.
    Lo confirmo.
    :)


    Fer.

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  3. Lo más? jamás?
    pero gracias.

    ay, que domindo más raro que tengo...
    eso sí que es lo más.

    :)

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  4. jo, pues a mí sí que me ha estremecido el leer esto, es muy bonito aunque solo exista tu imaginación, Jim Henson decía que la fantasía es la única realidad que no termina, no?

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  5. Esta bien eso de imaginar, así al menos disfrutas durante un rato como tú quieres.

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